Hacia los museos que queremos

Christian Andrónico
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Hace un tiempo atrás ir a un museo era un acto sacro y silencioso, donde la opinión del visitante quedaba relegada a su mínima expresión, siendo guiada estrictamente por lo que el experto museólogo articulaba en los cedularios.
El nacimiento y proliferación de bibliotecas dinámicas, abiertas a la comunidad y menos dogmáticas, fueron las primeras manifestaciones que rompieron el silencio, haciendo patente lo que a esas alturas ya era evidente: un cambio de paradigma que también se hizo extensivo a los museos.
Sin duda fue necesario establecer estrategias para planificar acciones que hicieran un reconocimiento implicado y sensible de las demandas de los nuevos usuarios: mayor consumo de contenidos virtuales, enfoques comunitarios sobre los individuales y la co-creación (museo+visitante) por sobre la colección entre otros.
Este cambio de paradigma propone una relación colectiva entre usuarios con intereses similares, en la cual ya no existen sujetos adoctrinados, muy por el contrario, los usuarios que hoy visitan estas instituciones son más activos, informados y críticos, lo que trasunta en que, tanto bibliotecas como museos, tuvieron que establecer nuevas formas de relacionarse con sus audiencias, proponiendo recorridos, pausas y mecánicas de mayor implicación. De esta manera resulta fácil entender lo que demanda la comunidad, tanto en espacios públicos como privados, permitiendo replantear el uso de éstos. Por ejemplo, la relación del mobiliario con el cuerpo (antropometría), concebir el esparcimiento y el ocio como parte de la oferta de servicios de las otrora “instituciones sacras”, entre otros.
Desde esta reflexión, es más fácil entender lo que sucede con las instituciones museísticas que, poco a poco, han comprendido el rol que tiene la comunidad, virando la mirada unilateral hacia una plurilateral, entendiendo que no sólo es “para ellos”, sino también “con ellos”, dando paso a la nueva museografía.
Es así como opera este nuevo modelo, bajo un marco contextual simbiótico, integrando no sólo al museo, sino también a la comunidad y al territorio como elementos indisolubles, implicando inteligentemente al sujeto, haciéndolo habitante del museo transformando la visita en un acto significativo, dejando de ser un acto sacro y silencioso donde la interpretación del visitante queda expuesta en su máxima expresión.

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